LA PERDIZ VANIDOSA Y LA TORTUGA MODESTA



-Cuento africano-
 
"He aquí mis tres tesoros. Guárdalos bien. El primero es la piedad; el segundo, la frugalidad; el tercero, la negativa a ser la primera de todas las cosas bajo el cielo". -Lao Tse



La perdiz y la tortuga vivian en el mismo rincón de una inmensa llanura de África pero casi nunca hablaban. Poco se encontraban frente a frente porque el ave, vanidosa y arrogante, nunca se dignaba bajar de las ramas de los árboles o interrumpir su vuelo para entablar una conversación con la tortuga. Ni si quiera la saludaba desde arriba, sólo la miraba despectivamente.


Un día, la perdiz descendió al suelo a picoter unas semillas y justo en ese instante la tortuga pasaba caminando lentamente por ahí. 



-Hermana tortuga -le dijo la perdiz-, ¿no te da verguenza ir siempre tan despacio? ¿No te da envidia verme a mi, tan bien dotada, mucho mejor que tú? ¿No te causa celos ver como vuelo y cómo corro, cosas que tú no puedes hacer de ningún modo?



-No- repuso lentamente la tortuga-. Pienso que dichosa tú, que puedes acabar en una carrera un camino que me lleva todo un día a mí. Pero no te envidio. Mi lentitud también tiene sus ventajas.



-¡Bobadas!- contestó despreciativamente la perdiz-. Eso lo dices por decir. ¿Qué ventajas puede tener ser lento y pesado? Eres esclava de tu caparazón, estás condenada a andar siempre por lo bajo y ni siquiera puedes correr. Yo en cambio soy libre, todo me favorece. 





Poco tiempo después, los cazadores de una lejana aldea prendieron fuego a la vegetación de la llanura para hacer salir a los animales y así poder cazarlos más facilmente. Las llamas crecieron muy alto, se expandieron con rapidez y se acercaban al rincón en donde vivían la perdíz y la tortuga. 





La perdiz no hacía más que vanagloriarse de que podría salvarse de las llamas volando a gran altura y se reía de la tortuga. 



-Te vas a asar, el fuego correrá más rápido que tus cortas patas y te alcanzará -le gritaba la perdiz a la tortuga desde lo alto.



Cuando las llamas llegaron, la tortuga, para protegerse, se escondió en un hoyo que había dejado la pata de un hipopótamo en el suelo, y se metió dentro de su caparazón, de manera que nada le ocurrió. En cambio la perdiz quiso lucirse y hacer gala de sus dotes, y se preparó para emprender el vuelo, pero el humo era tan denso que tan pronto abrio sus alas se asfixió y cayó en medio del fuego. 



Cuando todo pasó, la tortuga salió de su escondite sana y salva y preguntó por la perdiz, extrañada de no verla haciendo alarde de cómo había logrado salvarse del fuego gracias a su rapidez y habilidad. 





Al enterarse de lo que le había sucedido, lamentó que esas dotes de las que  se sentía  tan orgullosa, no hubieran ayudado a la pobre perdiz a escapar del fuego.



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